La
última vez que le vi tenía 17 años. Era viernes. No había sido un buen día en el instituto. Me contó una historia sobre una chica que
no era feliz en su casa y que vivía cada día pensando en crecer
para poder largarse, hasta que se despertó un día y ya era mayor de
edad y con sus ahorros pudo irse de la ciudad para siempre. Hablamos
de la felicidad, y me dijo que es la base de todo. Que cuando tuviera
su edad y pensara en el pasado, no recordaría el motivo de las
peleas o los disgustos, pero sí el de las sonrisas. Y cuando nos
despedimos, yo sonreía. Pero no volví a verle. Supongo que por fin
tenía dinero para irse a algún otro sitio a buscar la felicidad.
Cuando
le conocí tenía 15 años y también había sido un mal día. No
solía pasarlo bien en el instituto, mis compañeros se encargaban de
ello. Recuerdo que me hizo reír muchísimo porque, después de
ayudarme a criticar a cada uno de mis compañeros, me dijo que no
debía juzgar a nadie porque no sabía cuáles eran sus
circunstancias ni por lo que estaban pasando. Me lo dijo con una
sonrisa y tono burlón, claro. Pero después de ese día no me
afectaron las cosas que me decían. Eran mentiras dichas por gente a
la que no le importaba lo más mínimo.
No hago más que pensar en todas las veces que me ayudó, y en que no
estoy segura de si alguna vez le ayudé yo a él. De hecho, no estoy
segura de que alguna vez me contara alguno de sus problemas, pero
claro, ¿cómo iba a ayudarle alguien 10 años más joven que él?
No hay comentarios:
Publicar un comentario