lunes, 16 de junio de 2014

Gris.

Una niña anda por una calle llena de gente. Al llegar a la puerta de un local se para. Se acerca y, mientras lo hace, todo el mundo se gira a mirarla. Cuando abre la puerta, el tiempo parece detenerse.

Dentro, todo está en blanco y negro. Como fuera. La niña suspira y se recuesta contra la puerta, que se ha cerrado dejándolo todo a oscuras. La niña está acostumbrada a la falta de luz, así que al cabo de un rato sus ojos se adaptan y comienza a ver cosas: un sofá, cuadros en las paredes, una lámpara de araña sobre una mesa de mármol, un espejo cubierto por una tela. Delante suya hay una alfombra. La niña pone un pie en ella, y al hacerlo sucede algo inusual. Un trozo de la alfombra se tiñe de color. ¿Amarillo? La niña ríe, maravillada. Pisa más adelante y va recordando los nombres de los colores a medida que aparecen. Verde, azul, rosa, naranja. La niña choca con el espejo, se agarra a la tela y esta cobra color mientras cae, al igual que el espejo cuando ella toca el marco. La mesa, la lámpara; todo va coloreándose mientras la niña corre y juega por el interior de la tienda abandonada. Parada delante del espejo, la niña observa su reflejo gris. Detrás queda la puerta, de metal, que no ha cambiado de color.


Al día siguiente, la niña vuelve a la tienda y pasa horas entre los objetos, que cambian de color cada vez que los toca. Cada día vuelve al local, y cada día el resto del pueblo la ve desaparecer tras la gran puerta de metal. Cuando ella sale y vuelve a casa, todo pierde el color, y los habitantes vuelven a sus casas a la espera de que al día siguiente la única niña del pueblo se olvide de cerrar la puerta, para que todos puedan ver y recordar los colores que solo ella puede hacer aparecer.

domingo, 8 de junio de 2014

Insomnio

Son las 3 de la madrugada y no puedo dormir. Todos los sucesos de este último mes pasan por mi mente. Encuentro mi iPod y le doy al play. No paro de pensar en Pedro. Todos podemos tener una mala racha, supongo. Me tumbo y apoyo las piernas en la pared.
Todo había empezado como una broma, claro. Andrea pensó que sería divertido ir al museo a hacernos las intelectuales al acabar los exámenes, ya que con el temario fresco podríamos ir presumiendo de saber cosas de los cuadros de varias salas. Allí nos conocimos. Resultó que también sabía mucho acerca de los cuadros, y se unió a nosotras en un "a ver quién sabe más". Para mí fue un flechazo. Nos dimos los teléfonos y estuvimos hablando hasta altas horas de la madrugada durante semanas, y nos vimos varias veces los dos solos. Cuánto me gustaba. Todo iba muy bien hasta que me dijo que había otra chica en su vida.
Me siento y pongo la cabeza en mis manos, con los brazos apoyados en las rodillas. Es curioso cómo me había afectado salir con él. Tras la "despedida" me dije a mí misma que no valía menos por no estar con él, y me empecé a volcar en los estudios. Mejoré tanto que conseguí una plaza de becaria en una buena empresa, hice nuevos amigos, perdí peso. Hasta me volví más organizada. Pero aún comprobaba sus redes sociales. Era más guapa que yo, por supuesto. La llevaba a los mismos sitios a los que me había llevado a mí. Me di cuenta entonces de que estaba esforzándome tanto para hacerle ver lo que se estaba perdiendo, y eso me enfadó tantísimo...
Me tumbo boca abajo. Ahora realmente solo tengo que preocuparme de quemar todas las pruebas y asegurarme de que nadie lo encuentre. Yo soy la única persona para la que vivo mi vida.

miércoles, 4 de junio de 2014

Miedos

No nos atrevemos a decir las cosas que sentimos tal y como las sentimos. O a lo mejor soy solo yo. El miedo al rechazo es tan irracional como el miedo a las mariposas (sin ánimo de ofender a las personas que les tengan fobia). Sin embargo, todos lo tenemos. Todos queremos encajar y ser aceptados.

Si todos los seres humanos están convencidos de que las cosas se hacen de una manera, resulta difícil convencerlos de que hay otras formas. Cuando alguien se sale de la “norma”,  recibe críticas, y esto nos hace daño: las críticas son formas de rechazo. No queremos que nos rechacen, pero no queremos ser (o no somos) como ellos. Pero supongo que nos resulta más fácil nadar en la misma dirección que el resto en lugar de ir a contracorriente y acabar arrollados.