domingo, 25 de enero de 2015

Él

Ella me dijo una vez que pensar en el pasado era tan absurdo como inevitable.
Ahora cualquier canción triste me pone de buen humor, porque la nostalgia me recuerda a ella, y miro las fotos antiguas para sentir de nuevo. Prefiero quedarme en el fondo de este pozo que intentar salir, sí, y sé que es una estupidez.  Pero también sé que los días sin ella serán solo una recopilación de nubes y café, una rutina que no me servirá para llegar a ninguna parte. No sé cómo seguir, de hecho no sé si quiero seguir, pero no quiero dejar de intentarlo. Todo me recuerda a ella y es tan absurdo que solo quiero cerrar los ojos y no abrirlos. Cuando se marchó no asimilé lo que estaba pasando. Pasaron los días y no reaccionaba. Luego vinieron unos amigos a darme un baño de realidad, a intentar despejar mi mente. No lo consiguieron, pero me hicieron darme cuenta de que la compasión daña más que la indiferencia. Activé el modo automático de mi cerebro, y desde entonces vivo sin darme cuenta. Me deshago un poco cada día, noto como sus recuerdos se toman su tiempo para ir abandonando mi mente, y no quiero seguir encerrado en su recuerdo pero no veo nada más allá. Me debato entre llamarla para intentar retomar el contacto y seguir viviendo cada día como si me doliese. Pero no tengo nada que decirle. Y ella a mí tampoco.

Cuando era pequeño, dibujaba un garabato cualquiera y, después, iba añadiendo líneas. Mientras hubiese una forma de ampliarlo, dibujaba. Miraba por todos lados para encontrar un trazo que sobresaliera para estirarlo y seguir creando. Hasta que no podía más.
No sé quién de nosotros es el lápiz y quién el niño, pero sé que hay un trazo escondido en alguna parte del dibujo. Y eso es lo que más me preocupa. Que ninguno lo encontraremos.

jueves, 22 de enero de 2015

Cosas de la vida

La vida va de caerse y levantarse. Nadie te cuenta que tenderás la mano para ayudar a otros a remontar muchas más veces de las que te la tenderán a ti. No te dicen que cuando tus amigos te pidan consejo harás lo posible por ayudarles, pero cuando tú necesites algo te pondrán en lista de espera. O que si eres tú mismo tendrás problemas, pero si no lo eres, también. Tampoco te cuentan nada de las noches en vela ni de las lágrimas a las 2:06 de la mañana cuando decides que no puedes más. Ni que llegará el día en que tengas que pedir ayuda y no sabrás a quién acudir. La vida te dará también algunos buenos momentos, claro. Momentos que pasarán a ser recuerdos, fuentes de nostalgia cuando pase el tiempo. La vida es caer. Caer mucho, y levantarse para avanzar lo que se pueda antes de volver a caer. Aprender a vivir con los golpes, supongo.
Quizás todo esto sea solo la visión de alguien que ha llegado a un punto en el que todo le da igual.

lunes, 19 de enero de 2015

Nevermore

La mañana del 12 de diciembre desperté sobresaltado al oír gritos en la calle. Se trataba de unos vecinos, una pareja joven que se había mudado recientemente al barrio. Me asomé a la ventana que está junto a mi escritorio para ver qué sucedía, y me alegré cuando el conflicto se solucionó sin llegar a las manos. Pocas cosas hay que me molesten tanto como la violencia.
Después de desayunar, salí a pasear. Entré en una librería que me gusta mucho, y me puse a hojear ediciones antiguas y manuscritos. El dueño, que es amigo mío, me dejó consultar además unos cuantos libros que necesitaba para documentarme sobre un tema que estaba estudiando. Cuando me quise dar cuenta estaba anocheciendo. ¡Qué rápido pasa el tiempo entre libros!
Al abrir la puerta de mi piso, noté que hacía un frío inusual. Me había dejado la ventana de la entrada abierta, y se me habían volado unos papeles que había dejado esparcidos por mi escritorio. Los recogí todos y, después de cenar, me puse a leer. En el piso de enfrente había luz, y vi una sombra pasearse por las habitaciones. Una y otra vez, el vecino recorría las estancias de su vivienda encendiendo luces a su paso. Esto me distraía enormemente, así que apagué la luz y me fui a dormir.
Hasta aquí, el día había transcurrido con relativa normalidad. Pues bien, mientras dormía, escuché unos golpes en la puerta de mi habitación. Convencido de que había sido un sueño, me giré en la cama y traté de volver a dormir, pero al momento volví a escuchar los golpes. Tumbado en mi cama, se me ocurrió pensar que sería probablemente el viento, que entraba por la ventana de la entrada, que se habría abierto. Salí de mi habitación para comprobarlo, pero la ventana estaba cerrada. Escuché de nuevo ruidos, y se me ocurrió que quizás fuese el fantasma de mi prometida, que había fallecido recientemente. Entiendan que había pasado el día leyendo historias fantásticas y seleccionando pasajes para mi trabajo de investigación. Enseguida deseché esa idea, pero mientras volvía a mi cuarto no paraba de pensar en mi prometida. La echaba mucho de menos, era una mujer maravillosa. Abstraído como estaba, no me di cuenta cuando cerré la puerta que había algo en mi habitación. Sobre la pila de libros por clasificar que tenía en mi mesilla de noche había un cuervo, negro como el ébano.
Sorprendido, me acerqué a él, pero voló para posarse en una estantería. Me senté en la cama y me quedé mirándolo. El pájaro inclinó la cabeza, como si supiese que mi mente estaba intranquila. ¡Qué criatura más extraña! No conocía a nadie que tuviese un cuervo como mascota, pero sin duda debía pertenecer a alguien, pues no es común en esta ciudad encontrar cuervos.
-¿Qué nombre tendrá este animalillo? -me pregunté en voz alta. El cuervo graznó cuando me acerqué para ver si tenía alguna argolla en la pata que indicase su procedencia. No tenía.
-De algún sitio habrás salido -murmuré, y el cuervo graznó de nuevo -¿Vienes quizás del campo? Es un largo viaje -el cuervo guardó silencio -Entonces ¿de dónde sales?
Mientras hablaba estaba paseando por mi habitación, y el pájaro me miraba atentamente. No sé qué se apoderó de mí, pero empecé a contarle la historia de mi prometida, y saqué de mi pecho toda la angustia que llevaba dentro desde hacía días. Cuando acabé, el cuervo graznó. ¡Graznó! ¡Le había abierto mi alma, y su única respuesta fue un graznido! Molesto con su actitud, moví unos papeles para espantarle, pero no se inmutó, sino que graznó más fuerte. Y entendí lo que decía. «Jamás».
-¿Qué quieres decir? ¿Jamás volveré a verla? ¡Pájaro estúpido, eso ya lo sabía! Pero me reuniré con ella en la otra vida! -grité, y el cuervo graznó de nuevo:
-«Jamás».
-¡Pájaro del demonio! Fuera de mi casa, fuera. ¡Déjame tranquilo!
-«Jamás» -respondió con un graznido.
Me quedé muy sorprendido. ¿Qué habría llevado a un cuervo a entrar por mi ventana? ¿Acaso había venido sólo para recordarme que mi prometida ya no estaba conmigo? No, para atormentarme diciendo que nunca volvería a verla. Abrí la ventana y le pedí que se marchara, pero el cuervo solo me miraba, y girando la cabeza, respondía a mis súplicas con el sonido que me perseguirá hasta el fin de mis días. Jamás, jamás.  

domingo, 18 de enero de 2015

Game over

 Tío, déjalo, es inútil.
– No, espera, ayúdame, tenemos que levantar esto.
– No puedo acercarme más.
– Sube a esa viga, no me seas.
– Vale, a ver si así…
– Vamos, a la de tres. Una, dos, ¡ya!
– Avanza, avanza, dale, venga vamos, ¿dónde soltamos esto ahora?
– Aquí mismo, no te alteres. Por fin puedo abrir el baúl. Tú comprueba que no viene nadie.
– ¿Quién va a venir? Ya nos hemos deshecho del guardia de la entrada.
– Sí, pero estamos armando jaleo. A ver si un vecino va a llamar a la policía o algo.
– Cualquier vecino que oiga ruidos en un edificio abandonado de noche se irá a dormir con la luz encendida máximo.
– Tú compruébalo, ¿quieres?
– Tío, tío ¡tío, tío, tío! ¿Qué ha sido eso?
– ¿Has visto algo?
– Sí, a ti cagándote en los pantalones.
– ¡Serás capullo! Casi me da un infarto. Ya iba a cambiar la linterna por la pistola y todo.
– Relájate, anda. Vámonos, ya tenemos lo que nos han pedido que buscáramos.
– Vale, salgamos por aquí.
– ¿Te crees que soy idiota? Por ahí se sube a la quinta planta. Tenemos que bajar.
– Vamos, ya que estamos aquí…
– Sabía que ibas a querer explorar todo el maldito edificio cuando me contaste la misión. Yo voto por largarnos a recibir la recompensa.
– ¿Quién es el cagueta ahora? Que el edificio está abandonado, vamos a abrir unas cuantas puertas.
– La próxima vez me lo pienso antes de ir contigo a donde sea.
– Pero ¿qué tenemos aquí?, ¡dinero! Y solo he tenido que abrir el primer cajón del mueble de la entrada.
– Comparte, ¿no? Que hay mucho dinero ahí.
– Pues venga, menos quejarte y más explorar. A lo mejor me pienso lo de llamarte para la próxima partida, quejica.
– Vale, creo que he escuchado algo moverse.
– ¿El viento quizás?
– Puede. Supongo, sí. ¡Oye, este espejo apenas está quemado! ¿Nos lo llevamos?
– ¿Tu crees que en la tienda nos van a dar más de 15 pavos por esta mierda? Además, no podemos llevar muchas cosas, reservémonos para los botines interesantes.
– Vale, sí. Pues en esta habitación no hay nada más. ¿Y por allí?
– Aquí hay unos libros que parecen antiguos. Ven a echarles un vistazo.
– Déjame ver. Tú vigila, ¿eh? Vaya a ser que venga alguien.
– Capullo.
– Me guardo los libros, que no están muy quemados. A ver cuánto sacamos por ellos.
– Tío, tío ¡tío, tío, tío! ¡Ahí se ha movido algo!
– No cuela, venga. Vámonos.
– Que te digo que algo se ha movido.
– Pues más motivos para irnos, ¿no crees?
– Vale, salimos por a…
– ¿Esto es de coña?
– Joder, no me lo puedo creer, esto es increíble, no, no puede estar pasando.
– Tío, haz algo, no quiero morir aquí.
– ¿Algo como qué? Son muchos.
– ¿Por qué zombis? ¿Por qué no podían perseguirnos mariposas?
– ¿Este es el mejor momento para citar Harry Potter?
– Joder, tío. Joder. Sólo espero que mi mujer no se entere por las noticias.
– ¡Todavía no está todo perdido! Vamos a la siguiente planta, para ganar espacio. Y además, dudo que nadie se entere de esto. Es lo que tú dijiste, ¿qué vecino va a llamar a la policía? ¡Si después de todo este tiempo la mayoría cree que ya se han extinguido!
– Pero no todos lo creen. A lo mejor por eso te pagaban tanto por recuperar los papeles esos.
– ¡Mierda! ¡Son muchos!
– Tenemos un problema.
– ¿No me digas? ¿Otro?
– La puerta no se abre.
– ¡Pégale una patada, carajo, que estas cosas no dejan de acercarse!
– Se abre hacia dentro, listo. No hay nada que hacer.
– ¿¡Te rindes!?
– ¿Qué quieres que haga si no? No tenemos suficientes balas.
– Joder tío, lo siento, no debí haberte pedido que me acompañases.
– Para eso están los amigos, al parecer. Para morir a tu lado en un edificio lleno de zombis.

viernes, 16 de enero de 2015

En busca de la felicidad

La última vez que le vi tenía 17 años. Era viernes. No había sido un buen día en el instituto. Me contó una historia sobre una chica que no era feliz en su casa y que vivía cada día pensando en crecer para poder largarse, hasta que se despertó un día y ya era mayor de edad y con sus ahorros pudo irse de la ciudad para siempre. Hablamos de la felicidad, y me dijo que es la base de todo. Que cuando tuviera su edad y pensara en el pasado, no recordaría el motivo de las peleas o los disgustos, pero sí el de las sonrisas. Y cuando nos despedimos, yo sonreía. Pero no volví a verle. Supongo que por fin tenía dinero para irse a algún otro sitio a buscar la felicidad.
Cuando le conocí tenía 15 años y también había sido un mal día. No solía pasarlo bien en el instituto, mis compañeros se encargaban de ello. Recuerdo que me hizo reír muchísimo porque, después de ayudarme a criticar a cada uno de mis compañeros, me dijo que no debía juzgar a nadie porque no sabía cuáles eran sus circunstancias ni por lo que estaban pasando. Me lo dijo con una sonrisa y tono burlón, claro. Pero después de ese día no me afectaron las cosas que me decían. Eran mentiras dichas por gente a la que no le importaba lo más mínimo.
No hago más que pensar en todas las veces que me ayudó, y en que no estoy segura de si alguna vez le ayudé yo a él. De hecho, no estoy segura de que alguna vez me contara alguno de sus problemas, pero claro, ¿cómo iba a ayudarle alguien 10 años más joven que él?

martes, 6 de enero de 2015

Blog

- ¿Qué escribes?
- Estoy apuntando una idea para una entrada en mi blog.
- ¿Tienes un blog?
- Eso he dicho.
- ¿Y de qué va?
- Pues publico muchos relatos. O, a veces, poemas. O reflexiones. No pongas esa cara, no es gran cosa. Apenas me leerán 15 personas.
- Ya es algo. Pero siempre puedes promocionar tu blog si quieres más lectores.
- Verás, la cosa está en que me da igual si me lee mucha gente o poca. De hecho, antes sí me importaba, pero cada vez me da más igual. Yo pongo los textos que me gustan lo suficiente como para publicarlos y aviso de que he subido algo. Depende de lo mucho que me guste avisaré más o menos. Si me comentan, mejor. Si no, pues nada. No necesito que me lean, solo quiero compartir alguna historia de vez en cuando.
- ¿ Y para eso te tomas la molestia de apuntar ideas y todo?
- La mitad de las ideas que tengo no las desarrollo. Y de las que sí, un cuarto se queda a medias. Y de ese cuarto solo publico una. El resto se queda en un cuaderno.
- Entonces imagino que publicarás muy poco.
- Exacto. ¿Vamos a comer?

lunes, 5 de enero de 2015

Fiestas

"Ojalá me gustase el alcohol", pienso mientras bebo agua en la fiesta de mi amigo. Miro a mi alrededor. Todo el mundo sonríe a la cámara del móvil de cualquiera de los asistentes,y luego siguen bebiendo. A la mañana siguiente, muchos solo recordarán de la fiesta lo que vean en las fotos, pero afirmarán haberlo pasado mejor que nunca. Es curioso que la gente se tome tantas molestias en organizar una fiesta de la que no se acordaría de no ser por las redes sociales. Los vestidos, los zapatos, el local, la hora de recogida según el medio de transporte que te vaya a llevar de vuelta. Toda la planificación que conlleva una fiesta. Y muchos solo van para twittearlo. Para salir en la foto de grupo que acredita que estabas allí. Para escribir algo en el muro del anfitrión el día de su cumpleaños que convenza a sus amigos de que realmente le conocen. Las redes sociales es lo que tienen, te obligan a demostrar tu existencia, mediante fotos y comentarios, a un público que supuestamente te conoce y al que no le importa tu existencia.