Veía el futuro; por eso rechazaba a todos sus pretendientes. Sabía que al final acabaría sola.
domingo, 28 de septiembre de 2014
Microcuento
domingo, 7 de septiembre de 2014
Citas.
Era una mañana bastante
calurosa, pero aun así Lucas sacó una camiseta negra de un cajón y
se la puso. Mientras iba por el pasillo a la cocina, su madre le
dijo, tal como esperaba, que con esa camiseta se iba a asar. Lucas
sonrió y sacudió la cabeza.
Ana se miró al espejo. “No hay nada que hacer”
pensó, “mi pelo es demasiado liso”.
Se puso los zapatos y metió las llaves en el bolso. Le gritó a su
madre que volvería para cenar y salió de su casa en dirección a la
parada del autobús.
Bea miró el reloj.
“Tengo media hora para llegar” se dijo, y echó a andar. No
paraba de mirar a su alrededor, como si todo le pareciese increíble;
desde los árboles y las flores hasta las ventanas y las tiendas.
Cuando por fin llegó a la estación, se sentó en un banco junto a
un chico que llevaba una camiseta negra.
Lucas levantó la mirada
cuando una chica se sentó a su lado. Luego volvió a mirarse los
zapatos y dejó que sus pensamientos fluyeran libremente.
–Hola –dijo la chica
.
Lucas la miró.
–Hola –respondió.
–¿También esperas al
L2?
–¿Qué? Ah, no, bueno, sí. A ver, estoy esperando a alguien que viene en el L2.
–Entiendo –dijo la
chica, sonriendo. –Me llamo Bea, encantada.
–Lucas. Lo mismo
digo–. Giró la cabeza hacia la carretera. –¿Tú esperas a
alguien?
–Podría decirse.
–Qué misteriosa, ¿no?
–bromeó Lucas. –No, venga, tú has sacado el tema, así que
tienes que decírmelo.
Bea se rió.
–Bueno, quiero ver a
mis abuelos –dijo Bea. –Les echo mucho de menos. Murieron hace un
año.
–Pero, ¿no has dicho
que querías verles? –dijo Lucas, confuso.
–Sí, por eso he
retrocedido en el tiempo, para conocerles cuando eran jóvenes.
Ana estornudó. “Venga
ya, no me puedo creer que me vaya a resfriar en verano” pensó,
consternada. Giró la cabeza para mirar el paisaje. “No te pongas
nerviosa, es sólo un amigo”. Sonrió, mirando al suelo. “Quita
esa sonrisa de tu cara, boba” se dijo a sí misma. Sacó el móvil
y se puso a juguetear con él.
–Verás, en 2089 hemos
desarrollado la tecnología hasta un punto en el que es posible
viajar en el tiempo. Tenemos unos dispositivos con los que… –Bea
miró a Lucas, para ver qué cara estaba poniendo. Sonrió cuando vio su expresión de
incredulidad. –El caso es que quiero ver si encuentro a mis
abuelos.
–Tiene que ser
maravilloso viajar en el tiempo –murmuró Lucas, esbozando una
media sonrisa.
–Tú eliges si creerme
o no, supongo –dijo Bea, encogiéndose de hombros.
Lucas sonrió y movió la
cabeza.
–Ahí llega el autobús
–dijo, levantándose.
Se abrieron las puertas y
Ana bajó la primera.
–Hola, ¿has esperado
mucho? –preguntó.
–Qué va, un par de
minutos. ¿Nos vamos? –se volvió hacia Bea. –Mucha suerte con lo
de tus abuelos. Adiós.
–Gracias, pero no creo
que la necesite. Me ha encantado conocerte. Conoceros. Pasadlo bien,
¿eh? –dijo, sonriendo. –Adiós, Lucas. Adiós , Ana.
Echaron a andar, dejando
a Bea en el banco.
–¿Quién era?
–preguntó Ana.
–No sé, la acababa de
conocer. Parece simpática, pero estaba un poco ida –dijo Lucas,
riendo.
–¿Le has hablado de mí
a una desconocida?
–No le he hablado de ti
–murmuró Lucas.
–Entonces, ¿cómo
sabía mi nombre?
Lucas se paró.
–Yo no recuerdo
habérselo dicho.
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martes, 2 de septiembre de 2014
A quien corresponda:
Escribo
esta carta con la esperanza de que alguien la lea y consiga arrojar luz,
literalmente, sobre la situación en la que vivimos los habitantes de mi pueblo
y yo. Me explico.
Desde
que tengo uso de razón, el pueblo en el que vivo, Dújar, está permanentemente
cubierto por una espesa niebla que apenas deja ver nada. Esta niebla se
extiende desde la carretera que llega al pueblo, conocida como “la frontera”,
hasta el paseo marítimo. Nadie ha visto nunca la playa, pero todos sabemos que está
ahí. Las leyendas se han encargado de que todos conozcamos la situación del
lugar en el que vivimos. Pasear de noche por las calles es, al principio,
aterrador. Luego te acostumbras. Bueno, salvo a caminar por el paseo marítimo,
eso es como andar junto a un abismo, ya que la niebla y la oscuridad impiden
ver más allá de las palmeras que hay justo al principio, en la arena.
Las
leyendas juegan, como he dicho, un papel importante en nuestras vidas. Nos
recuerdan lo que es, lo que fue, lo que nunca será. Gracias a ellas sabemos que
la niebla ha existido siempre en Dújar, y que nadie que haya intentado
atravesar la niebla para escapar ha regresado jamás.
De
hecho, lo que me lleva a escribir esta carta es un suceso que ha ocurrido
recientemente y que está, a su vez, conectado con el pasado, con una de las
leyendas que nos han contado desde niños. Esta leyenda narra la historia de una
familia. Aparecieron una mañana por las calles del pueblo, sin saber dónde se
encontraban; tenían recuerdos confusos sobre cómo habían llegado hasta allí. La
niebla no era tan espesa ese día. Los habitantes del pueblo los aceptaron, no
sin recelo. Pero a medida que pasaba el tiempo, la gente olvidó que eran
extranjeros. Y ellos también.
La
leyenda no cuenta si ese día hubo gente que intentase salir del pueblo, ya que
habían comprobado que se podía entrar. Tampoco dice los motivos por los que
desconfiaban de los extranjeros, aunque queda claro que es porque, ya que nadie
salía del pueblo, todos pensaron que se trataba de brujería. Les consideraron
peligrosos hasta que se demostró que eran normales. La verdad es que como es
una leyenda todos damos por hecho que no tiene que tener lógica, todos
aceptamos que es así y no intentamos averiguar si hay algo de verdad en ella.
Sin
embargo, recientemente ha ocurrido algo. Estando con unos amigos preparando un
picnic en la frontera, un día en el que la niebla estaba menos densa, mi amigo
Andrés se levantó y dijo que tenía que comprobar una cosa. Acto seguido se
montó en su bici y pedaleó por la carretera, hasta que la niebla se lo tragó.
Todos nos quedamos paralizados unos minutos, luego nos levantamos y comenzamos
a gritar, mientras nos acercábamos al sitio por el que le habíamos visto
desaparecer. Le pedíamos que volviera, pero no hubo suerte. No hemos vuelto a
saber nada de él.
Con
suerte, espero que la niebla clarease en algún momento y consiguiera encontrar
un destino más agradable que este pueblo, cuyos habitantes están consumidos por
la niebla. Y por el frío. Quiero pensar que está bien, y confío en que lo está
porque siempre he creído que la leyenda de los extranjeros es una historia
real, y que por tanto se puede salir y entrar del pueblo en algunas ocasiones.
Por eso mando esta carta por todos los medios de los que dispongo. Si lees esto,
querido desconocido, ven a buscarnos.
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