martes, 2 de septiembre de 2014

A quien corresponda:


Escribo esta carta con la esperanza de que alguien la lea y consiga arrojar luz, literalmente, sobre la situación en la que vivimos los habitantes de mi pueblo y yo. Me explico.
Desde que tengo uso de razón, el pueblo en el que vivo, Dújar, está permanentemente cubierto por una espesa niebla que apenas deja ver nada. Esta niebla se extiende desde la carretera que llega al pueblo, conocida como “la frontera”, hasta el paseo marítimo. Nadie ha visto nunca la playa, pero todos sabemos que está ahí. Las leyendas se han encargado de que todos conozcamos la situación del lugar en el que vivimos. Pasear de noche por las calles es, al principio, aterrador. Luego te acostumbras. Bueno, salvo a caminar por el paseo marítimo, eso es como andar junto a un abismo, ya que la niebla y la oscuridad impiden ver más allá de las palmeras que hay justo al principio, en la arena.
Las leyendas juegan, como he dicho, un papel importante en nuestras vidas. Nos recuerdan lo que es, lo que fue, lo que nunca será. Gracias a ellas sabemos que la niebla ha existido siempre en Dújar, y que nadie que haya intentado atravesar la niebla para escapar ha regresado jamás.
De hecho, lo que me lleva a escribir esta carta es un suceso que ha ocurrido recientemente y que está, a su vez, conectado con el pasado, con una de las leyendas que nos han contado desde niños. Esta leyenda narra la historia de una familia. Aparecieron una mañana por las calles del pueblo, sin saber dónde se encontraban; tenían recuerdos confusos sobre cómo habían llegado hasta allí. La niebla no era tan espesa ese día. Los habitantes del pueblo los aceptaron, no sin recelo. Pero a medida que pasaba el tiempo, la gente olvidó que eran extranjeros. Y ellos también.
La leyenda no cuenta si ese día hubo gente que intentase salir del pueblo, ya que habían comprobado que se podía entrar. Tampoco dice los motivos por los que desconfiaban de los extranjeros, aunque queda claro que es porque, ya que nadie salía del pueblo, todos pensaron que se trataba de brujería. Les consideraron peligrosos hasta que se demostró que eran normales. La verdad es que como es una leyenda todos damos por hecho que no tiene que tener lógica, todos aceptamos que es así y no intentamos averiguar si hay algo de verdad en ella.
Sin embargo, recientemente ha ocurrido algo. Estando con unos amigos preparando un picnic en la frontera, un día en el que la niebla estaba menos densa, mi amigo Andrés se levantó y dijo que tenía que comprobar una cosa. Acto seguido se montó en su bici y pedaleó por la carretera, hasta que la niebla se lo tragó. Todos nos quedamos paralizados unos minutos, luego nos levantamos y comenzamos a gritar, mientras nos acercábamos al sitio por el que le habíamos visto desaparecer. Le pedíamos que volviera, pero no hubo suerte. No hemos vuelto a saber nada de él.

Con suerte, espero que la niebla clarease en algún momento y consiguiera encontrar un destino más agradable que este pueblo, cuyos habitantes están consumidos por la niebla. Y por el frío. Quiero pensar que está bien, y confío en que lo está porque siempre he creído que la leyenda de los extranjeros es una historia real, y que por tanto se puede salir y entrar del pueblo en algunas ocasiones. Por eso mando esta carta por todos los medios de los que dispongo. Si lees esto, querido desconocido, ven a buscarnos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo, tras leer esto, iría a buscarlos... Me gusta. Muy buen relato