Me miraba sonriendo, luego guiñó un ojo. Mientras le ayudaba a colocar sus cosas mi cabeza sólo estaba en lo ocurrido hacía casi seis días. Le pregunté si él sabia que iba a venir precisamente a mi casa. Sonrió y asintió. Suspiré.
-¿Por qué no me lo dijiste?
-Quería darte una sorpresa...-contestó Michael, encogiéndose de hombros.
Le tiré una camiseta, que le dio en en la cara. Parpadeó. Me miró. Yo me eché a reir.
Entonces llegó mi padre para avisarnos de que la cena estaba lista. Fuimos al comedor nos pasamos la cena charlando. Después, Michael se fue a su habitación y yo me quedé ayudando a mis padres a recoger la mesa.
Cuando volvía a mi habitación vi luz en la de Michael. Abrí la puerta y asomé la cabeza. Michael estaba sentado en la cama, observando un cuadro que estaba en la pared. Entré y me senté a su lado. Él rodeó mi cintura con su brazo, y yo apoyé mi cabeza en su hombro. Nos quedamos así un rato. El cuadro era una perfecta representación de la Giralda y la Catedral de Sevilla. Michael me preguntó si le llevaría a pasear por Sevilla. Yo le dije que sí. Nos separamos suavemente. Él puso su mano en mi mejilla y me hizo alzar la cabeza. Nos besamos. Esa vez fui yo quién se fue sin decir nada.
Al día siguiente me preparé para hacer de guía turística. Pasamos la mayor parte del día fuera, paseando por las calles del centro de Sevilla. Visitamos la Catedral, la Giralda, el Alcázar... Maravillas que dejaron a Michael impresionado. Mientras volvíamos, ya sobre las once de la noche, me dijo que lo había pasado estupendamente, y que yo era una chica maravillosa. No dije nada. No hacía falta.
Casi una hora más tarde me tumbé en mi cama. Aún me ardían los labios. Mi madre entró y se sentó en el borde de mi cama.
-¿Y bien?.- me preguntó con una sonrisa cómplice.
Me reí. Mi madre me miraba sintiendo como su pequeña se hacía mayor, sentimiento que todos los padres temen sentir. Me dio un beso cariñoso en la frente y se fue.
Veintiún años después, soy yo quién sale de la habitación de mi hija Christina, llamada así en honor a mi suegra. Acaba de volver de su primera cita.
11 comentarios:
¡Ay, los sentimientos de las madres cuando sus hijos se hacen mayores! Lo has captado muy bien, Isa. ¡Y ese paseo por la mágica Sevilla! Me gusta pasear por su luz, sus colores, sus olores. Besicos. Ana
Me alegro mucho de que te hayas decidido a escribir y publicar la segunda parte del relato. Me ha gustado más que la primera. Lo del paseo por Sevilla me ha encantado, al igual que me encanta cuando paseo yo por Sevilla. Anímate a escribir más relatos. Besos mil.
Willy
Así sí, está mucho mejor con el final. :-)
Garacias a los tres.
Ana, a mi también me gustan los colores de Sevilla...
Willy, espero poder inspirarme para seguir con otros relatos.
X, el final es relativo. También podría escribir la historia de Christina.
Pero no voy a hacerlo. Creo que con este ya hay bastante. Ya llegarán otros.
Y mejores.
Coincido en que la segunda parte es mejor que la primera, más pausada, dándote más tiempo: ahí está la clave. Y en el final, muy conseguido.
Hace tiempo que no lloraba de orgullo. Y haber asistido en primera fila a este comienzo (con piano incluido) me enternece aún más. Gracias por eschuchar mis consejos, que aunque humildes, han hecho que ahora sienta tus primeros relatos como algo en parte mio.
Te quiero.
Por cierto, gracias por vuestra carta de despedida. Nosotros tambien lo hemos pasado muy bien (a pesar del piano...)
Querida Isa, la verdad es que me he quedado sorprendido por ambos relatos.
He decidido dejarte el comentario en el segundo porque es donde se remata la historia. Una historia que me ha gustado mucho, destacando la segunda parte, donde has conseguido introducir al lector.
Enhorabuena y felicidades por el blog. Prometo volver. Y vuelve cuando quieras al mío, donde eres bienvenida siempre que gustes.
Saludos.
Qué manía con imaginar que la protagonista es la autora (lo digo por mí).
Me has sorprendido con el final.
Un beso
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